lunes, 20 de marzo de 2017

Dentista por vocación jajaja...

¿Os gusta vuestro trabajo? ¿En qué momento de vuestra vida decidísteis que os queríais dedicar a lo que, supongo, os consume hoy la mayor parte del día? Yo, siempre tuve claro que quería ser dentista; menos cuando quise ser piloto militar, ingeniera aeronáutica, abogada, monja misionera, periodista, bailarina de cabaret, pastora de cabritillos, arquitecto y librera. De hecho, con 7 años ya hice la primera extracción de dientes de mi vida. Estaba jugando con mi primo Alexis (ahora un tipo guapísimo, con una percha y una boca que ya quisieran muchos para ellos), tres años más pequeño que yo, cuando le dio por frenar en seco, justo delante de mí, en un momento en el que íbamos corriendo a toda mecha. Me caí encima de él y le salieron volando los 4 incisivos superiores. ¡Vaya susto! menos mal que no tenía vocación de cirujana estética, si no, una rinoplastia que le hubiera  practicado al pobre, allí mismo. ¡Y qué gracioso estaba desdentado! La boca llena de sangre pero muy gracioso. A mí, no me riñeron ni nada, o al menos no lo recuerdo, y ahí fue donde comenzaron mis andanzas de sacamuelas.

Hoy, he recordado un monólogo sobre dentistas, lo dejo aquí para que sonriáis un poquito en este día que dicen es "El día de la felicidad" y "El día de la salud bucodental" (aunque ya sabéis que yo no soy nada de "Día de"). Tal vez os parezca largo, pero es entretenido.

EL DENTISTA

"Hay trabajos que yo no comprendo. ¿Cómo puede haber gente que quiera ser dentista? ¿Cómo puede alguien querer pasarse la vida metiendo la cabeza en la boca de la gente? ¡Son como Ángel Cristo, pero en cobarde!
¿Se los imaginan de niños? yo creo que eran de esos que se pasaban las tardes arrancándole alas a las moscas y pisando caracoles. Hasta que un buen día se preguntan: ¿cómo puedo seguir practicando la tortura sin que me encierren? Y dicen:
- Mamá, ¡quiero ser dentista!
Y seguro que la madre responde:
- Muy bien, hijo, pero antes saca al gato de la lavadora, que se me atasca el filtro.
Cuando eres pequeño te tocan los dientes gente muy poco profesional: tu madre, tus compañeros de clase, la señorita en el cole, el Ratoncito Pérez... Pero cuando eres mayor sólo te pones en las manos de todo un señor dentista. O sea, el tío que pisaba caracoles.
Sin embargo, no vas al dentista así como así. Tu relación con él pasa siempre por tres fases.
La fase predentista, también llamada "al dentista va a ir tu padre". Sí,  porque hay gente que va alegremente al dentista sin que les empuja el dolor, pero se trata de gente rara... La gente normal nunca nos acordamos de los dientes. Ahora, el día que te duele una muela, no existe nada más. Te da todo igual, ya se puede acostar a tu lado Pamela Anderson que lo único que te palpita es el flemón.
Haces lo que sea con tal de no ir al dentista. Y aceptas cualquier consejo:
- Ponte una aspirina directamente en la muela, mastica un ajo, úntate sobrasada...
Pruebas todas las posturas, si te das cuenta de que haciendo el pino se te pasa... ¡pues haces el pino! Y para que nada te toque la muela, hinchas el carrillo, te fábricas una cámara de aire protectora y al final te pasas la noche haciendo el pino y con el moflete como Louis Armstrong.
Pero al día siguiente la muela manda más que tú y le ordena a los pies que te lleven al dentista. Llegas allí, muerto de miedo, tocas el timbre y de repente... ¡ya no te duele nada! ¡Los timbres de los dentistas son mágicos! ¡Deberían venderlos en las farmacias!
Pero ya es demasiado tarde. Te abren la puerta y entramos en la segunda fase: el dentista, ese que pisaba los caracoles. La enfermera te colocan en la sala de espera. ¿Qué hago aquí? ¡Pero si a mí con tocar un ratito el timbre ya se me pasa!
Cuando por fin te sientas en el sillón del dentista, lo primero que piensas es: "¡Que me aten, que no me fío de mí mismo!" La mesita llena de herramientas parece de la cocina de un restaurante de lujo: un pelador de gambas, un cascanueces, y por supuesto un gancho para sacar caracoles...
Intentas pensar en otra cosa que no sea en tus dientes, pero miras a tu alrededor y lo que ves es una dentadura gigante de escayola que te mira fijamente, el póster de una muela que sonríe. Y te agarras a cualquier cosa que no te recuerde a un diente. Te fijas en los zuecos de la enfermera: "¡Ay, zuecos!, voy a pensar en Holanda: tulipanes, queso de bola, molinos...¡Ah, no, que los molinos tienen muela, ya la hemos jodío'!"
En ese momento el dentista agarra una varilla de hierro, te la mete en la boca y va buscando las caries, tocando cada uno de tus dientes: "toc toc toc" "toc toc toc", que tú le dirías: "Joder, ¿es que no la ves? ¡Es la del fondo a la derecha! ¡La negra!"
Y una vez que la localiza, saca una pistola de aire y te la enchufa: "shhhhsssshhh...".
- ¿Le duele?
Es para contestarle:
- No, qué va, estas lágrimas son de alegría...
Pero no se conforman, porque ir al dentista es como pasar la ITV: ¡siempre te encuentran algo nuevo!
- Esta muela es la que le duele, pero tiene otras 5 caries más y sarro en las de abajo.
Hasta aquí sólo te dolía la boca, pero ahora también te empieza a doler la cartera. Aunque realmente, cuando te acojonas es cuando te dice:
- La limpieza se la voy a hacer gratis.
"Dios mío, ¿cuánto me va a costar lo otro para que me regale la limpieza...?"
- Y ahora le voy a pinchar.
¡Eso es! ¡Lo que faltaba! ¡Méteme un dedo en un ojo ya si quieres, a ver si te quedas a gusto!
No sabes lo que está ocurriendo ahí dentro, sólo le ves cambiar de herramientas de tortura. De repente se remanga y te acerca el torno: "¡Rrrrrrrr...!"
"¿Pero qué hace? ¡Si huele a cerdo quemado! ¿Irá a colgar un cuadro?"
Cuando termina contigo te da un vaso de agua y entras en la tercera fase, la post dentista, o mejor dicho la fase "boca floja".
Porque cuando te enjuagas pareces una regadera. Tu boca y tú tenéis vidas diferentes. Hablas como si te hubieran metido en la boca un guante de boxeo y te parece que la mejilla llega al otro lado de la habitación. Intentas mantener la dignidad delante de la enfermera, pero es imposible.
La enfermera te suelta:
- Son veinte mil.
Y tú:
- Ah, puef muy bien, muchaf gafiaf.
- El mes que viene tiene usted cita.
- Puef hafta el mef que viene, señobita...
Y cuando sales por la puerta piensas: ¿El mes que viene? Yo hasta que no me vea otra vez haciendo el pino no vuelvo."


2 comentarios:

  1. Jajajaja... real como la vida misma...

    Solo te faltó haber querido ser urologa.... jijijiji

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