sábado, 23 de junio de 2018

La amistad hay que cultivarla

¡Qué difícil resulta expresar con palabras el agradecimiento que sientes por las personas que te quieren, y en las que te puedes apoyar dejando caer todo tu peso sabiendo que no les va a importar porque te lo han demostrado estando ahí de modo incondicional! A mí, al menos, me cuesta. Me resulta más fácil decírselo con un abrazo, con una mirada de cariño, con una sonrisa, pero no siempre tengo a estas personas al lado, físicamente me refiero, para poder hacerlo de este modo.

Entonces, leo una columna de opinión de Juan Antonio Sagardo, en un periódico, y expresa palabra a palabra todo lo que les quiero decir que significa para mí su amistad. Todo lo que les quiero decir por haber estado y por estar ahí, aquí, conmigo durante estas duras últimas semanas llenas de más lágrimas que sonrisas.
¡Va por vosotras cinco, amigas! ya sabéis quienes sois, mis "muletas" durante este duro mes de junio, que gracias a Dios va a tener un final feliz y, ahora, llega el momento de sonreír, disfrutar de cada día y volver a ser la Sara que era, la que siempre fui, la alegre.

"La vida es una aventura desde el principio al fin. Desde que nacemos hasta que nos llega la hora de la despedida de este mundo pasamos por un sinnúmero de situaciones vitales que nos son gratas, ingratas o indiferentes. 
La generalidad de las personas que tienen unos estándares normales de vida, son felices si se empeñan en serlo; con positividad, con ilusión, con búsqueda de todo lo que nos puede ayudar a esa ansiada felicidad. Y en esa búsqueda de la felicidad, no cabe duda que hay unas muletas o palancas que nos ayudan a encontrarla. Se me ocurren unas cuantas: la amistad, la salud, el trabajo, la familia, las creencias, las ilusiones y el buen humor. Como decía Freud, el hombre ha conseguido ser un «dios con prótesis».

La amistad es un componente de nuestra vida de primer orden; hasta el punto de que una vida sin amigos es una vida mutilada. La soledad es terrible. Es verdad que somos «troncos de soledad», pero siempre de soledad «acompañada». Dice un viejo proverbio chino que si planificas para un año siembres trigo; si planificas para diez años planta árboles, y si planificas para toda una vida cultiva amistades. En la amistad hay algo mágico, que supera a la lógica. Somos amigos porque nos caemos bien, porque hay mutua simpatía, porque nos fiamos de la otra persona, porque verle y charlar con ella nos conforta. Pero fuera de esa «magia» la amistad hay que cultivarla. El mejor abono de la misma es la generosidad, y después la comprensión. La amistad es como los ríos y los años: al principio son pequeños, pero en su discurrir se hacen más fuertes y profundos. La amistad, como dice mi fraternal amigo De la Villa, es virtud que, a diferencia de otras, exige dos voluntades yuxtapuestas, no superpuestas, dos voluntades capaces de desear a la vez la misma cosa y capaces también de renunciar a la vez a la cosa misma si pudiera convertirse en un riesgo para ella. Amistad es querer, es admirar, es entregar, es comprender y es perdonar. La amistad no puede calcular, envidiar, esperar, imponer y vindicar. O sea, las reglas básicas que rigen la esgrima, rigen asimismo la amistad: dar y no recibir. Con los amigos hay que «dar sin recordar y recibir sin olvidar». Cuando esas reglas fallan, la amistad puede comenzar fácil pero termina más fácilmente todavía. Y a diferencia de las cosas desechables, la amistad no se consume, sino que se multiplica con el uso y se fortalece con el paso de los años. Como decía Alfonso X El Sabio «…quemad viejos leños, bebed viejos vinos, leed viejos libros, tened viejos amigos». Al amigo hay que ayudarle, pero a la vez apoyarse en él. Hay tres plenitudes en la vida: la del vaso, que no retiene y no da; la del canal, que da pero no retiene y la del manantial, que crea, retiene y da (Alberto Magno). Ese es el modelo. Pero ese tesoro que es la amistad hay que cultivarlo, cuidarlo; con el trato, con la palabra, con la presencia. Y esos amigos son parte fundamental de nuestra vida. La vida sin amor no vale la pena.
Al final resulta muy cierto que nuestra vida es como una página en blanco, que podemos llenarla de algo bello o ilusionante, aunque tenga claroscuros, o emborronarla de mala manera sin ninguna parte atractiva. De nosotros depende. Y es que como dice Ward Becher, «una persona sin sentido del humor es como un coche sin amortiguadores. Todas las piedras del camino le hacen dar botes»."